Recuerdo un momento específico de mi vida en el que realmente debí haber sido más proactivo. Era el comienzo del último año de mi carrera universitaria y tenía que decidir sobre mi proyecto de tesis. Desde el principio, sabía que debía comenzar a investigar y planificarlo con anticipación, pero siempre encontraba excusas para posponerlo. Ya fuera distrayéndome con actividades sociales o dejando de lado el trabajo por otras materias, la idea de trabajar en mi tesis se volvió cada vez más abrumadora.
Con el tiempo, la fecha de entrega se acercaba y la presión aumentaba. Finalmente, decidí comenzar a trabajar en ella en las últimas semanas. La falta de preparación y el tiempo limitado hicieron que la calidad de mi trabajo se viera afectada. Presenté una tesis que, aunque aprobada, no reflejaba lo que realmente podría haber logrado si hubiera sido más organizado y proactivo desde el principio.
A largo plazo, esto me perjudicó en varias maneras. No solo afectó mi calificación final, sino que también dejó una sensación de insatisfacción en mí. Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que al no haber tomado la iniciativa a tiempo, perdí la oportunidad de aprender y crecer en un área que realmente me apasionaba. Además, esta procrastinación se convirtió en un hábito que me siguió en otras áreas de mi vida, afectando mi autoeficacia y confianza. Ahora sé que ser proactivo y gestionar bien el tiempo es clave para lograr mis objetivos, y siempre trato de recordar esa experiencia para no repetirla.