Juan se levantó de la cama con el estómago vacío y un gruñido en su barriga. Se dirigió a la cocina y encontró una barra de pan en la despensa. Sin dudarlo, cortó unas rebanadas, las colocó en la tostadora y esperó ansioso a que estuvieran listas.
Mientras el pan se tostaba, abrió la nevera y encontró un poco de mantequilla. La sacó y la dejó sobre la mesa, listo para untarla en las rebanadas calientes de pan. El olor a pan tostado invadía la cocina y Juan no podía esperar para hincarle el diente.
Finalmente, las rebanadas estaban listas. Juan las sacó de la tostadora y rápidamente untó mantequilla en ellas, viendo cómo se derretía y se fundía en el pan recién tostado. El hambre le había quitado las ganas de esperar, así que comenzó a devorarlas con ansias.
Para acompañar su desayuno, fue a la nevera y cogió un vaso de leche fría. Lo llenó hasta arriba y se sentó a la mesa, disfrutando de su delicioso desayuno. Cada bocado de pan tostado con mantequilla y cada sorbo de leche parecían saciar su hambre de una forma increíble.
Y así, Juan comenzó su día, lleno de energía y satisfecho por haber comido algo tan sabroso. Estaba listo para enfrentar lo que fuera que el día le tuviera preparado, con el estómago contento y el corazón lleno de gratitud.